Los navegantes catalanes que llegaron a Canarias un siglo antes que los portugueses

Los navegantes catalanes han sido, sin duda, los grandes olvidados de la historia de la exploración atlántica. Muy por delante de los portugueses, quienes contaban con el respaldo de la Corona, estos audaces exploradores surcaron las aguas del Atlántico Sur casi un siglo antes de que Gil Eanes, en 1434, desafiara el temido cabo de Bojador. Sin embargo, su legado ha permanecido en las sombras, oculto tras la narrativa oficial que glorifica a otros. Este artículo revela la fascinante historia de los navegantes catalanes y su papel crucial en la apertura de nuevas rutas comerciales hacia África.

Romeu de Armas, un destacado historiador, describe este capítulo como uno de los más sorprendentes de la historia de la geografía. Según él, «en este proceso de resurrección, sobre un fondo todavía borroso, emergen los acontecimientos del pasado en primeros planos llenos de penetrante luz». Para Cataluña y España, las navegaciones atlánticas representan una de las páginas más brillantes de su historia.

Durante la Edad Media, el océano Atlántico más allá de Marruecos era considerado un territorio de mitos y terrores. Las leyendas árabes hablaban de un «mar tenebroso» repleto de monstruos, un lugar al que pocos se atrevían a aventurarse. Para los historiadores, la conquista de este miedo fue la verdadera hazaña.

Los portugueses, con el apoyo de su Corona, llevaron a cabo una empresa estatal que, gracias a la perseverancia de Enrique el Navegante, aseguró su lugar en los libros de texto. Sin embargo, sus predecesores catalanes, que no contaban con tal respaldo, ya habían realizado importantes exploraciones.

Las Islas Canarias: Un trampolín hacia África. Los registros de los viajes de los catalanes a las Islas Canarias son un testimonio de su audacia. Resulta absurdo pensar que, con la costa africana a la vista, estas expediciones se detuvieran en los límites del archipiélago. La mera presencia de estos navegantes en las islas, que para ellos eran un paso natural en su ruta, demuestra que su objetivo final era la costa de Guinea, al sur del cabo de Bojador.

El rastro del pionero: Jaime Ferrer. Uno de los casos más emblemáticos de esta serie de viajes es el del navegante Jaime Ferrer. Su expedición al Río del Oro en 1346 es un hito que prueba el conocimiento catalán de la zona. Aunque se duda de si la nave regresó, el hecho de que el viaje se planificara demuestra una familiaridad previa con esas remotas costas. Su hazaña fue documentada en los portulanos de la época, como el planisferio catalán de Abraham Cresques de 1375 y el de Meciá de Viladestes de 1413, que inmortalizaron su partida. El destino, el Río del Oro, era identificado entonces con el río Senegal, una fuente vital para el comercio de oro en polvo.

Aun más revelador es el documento descubierto por la doctora Mitja en ‘Anuarios Atlánticos’, que confirma la existencia de una expedición en 1391. Se trata del registro de la venta en Barcelona de un indígena de Fuerteventura, capturado en una expedición que tocó las Islas Canarias y la cercana costa africana. Para ubicar mejor la isla, se la describe como situada «hacia las partes de Guinea».

Esta expedición, encabezada por Scarsafiga-Bargayo-González, fue una colaboración hispano-genovesa que zarpó desde Sevilla o Cádiz, mostrando una red comercial privada que operaba desde la Baja Andalucía y que ya había roto la barrera del Atlántico Sur.

La gran diferencia entre los esfuerzos portugueses y los catalanes radica en su naturaleza. Mientras que los primeros fueron empresas de Estado, meticulosamente registradas y publicitadas, las expediciones catalanas eran privadas, impulsadas por comerciantes. Por ello, sus logros se perdieron en la historia, dejando solo un rastro en documentos comerciales y mapas. Sin embargo, estos escasos indicios revelan que los catalanes fueron pioneros silenciosos, cuya audacia sentó las bases para las exploraciones posteriores.